Estaba
sentado en la cima de una duna, en el desierto del Sahara; en algún lugar
fronterizo entre Marruecos y Argelia. Había vuelto al desierto – a su desierto
anhelado – para presenciar fascinado su impresionante vacío o para evocar en
silencio, sus ya lejanos días de felicidad...
Estaba solo, siempre había sido así; sin embargo,
nunca se sintió capaz de acostumbrarse a la soledad. Pese a ello, ahora y por
primera vez, tuvo la desconcertante impresión de encontrarse cómodo en su
aislamiento. Sucedió de súbito; algo le hizo reírse sin saber bien por qué. Tal
vez se burlara de él mismo, de su absurda situación, aunque a lo mejor sólo era
la natural satisfacción de saberse allí. Sí… quizá fuera eso, se dijo a sí
mismo. Y siguió riendo con mayor complacencia si cabe.