Conocí a
Mila un año en el que mi vida no tenía expectativas. En cambio ella, aunque las
tuviera, no daba esa sensación. Simplemente permanecía allí, sentada a mi lado,
con los brazos cruzados,
Llevaba horas avanzando entre la nieve y
tenía sed. Las estrellas en el cielo titilaban con un fulgor exaltado. Tenía
unas ganas tan delirantes de transmitir el mensaje que ocultaba dentro de mí,
que mientras el trineo, formado por el mejor tiro de perros malamute avanzaba,
apenas era capaz de observar a derecha o izquierda.
Era más de medianoche y fuera del restaurante
soplaba una brisa ligera y refrescante. Tras acompañar a la salida a los
últimos clientes encendí un cigarrillo y me detuve con aire de hastío junto a
la puerta. Lo entendía. Hacía tiempo que mi vida no funcionaba. Como único
consuelo tenía a Davinia.
Estaba sentado sobre un taburete en el bar de la Cala del Moro y su físico enfundado en dos ligeras piezas permanecía estático a unos metros de mí. Me dolía la muela. Para aplacar el malestar pedí otro trago de ginebra. Los pinchazos cedieron solo cuando mi instinto reincidió sucumbiendo al influjo seductor de aquella preciosidad.
En el Lago de Fuego
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Recorrida la mitad de su vida, Tariq Alhamar seguía transitando en un mundo
de incierta fortuna y adversa soledad.
Sentado delante de sus escuálidas...