miércoles, octubre 14, 2009

A todos.


Queridos amigos, muchos, algunos o todos habréis advertido algo; mi producción se ha detenido.
Esto significa dos cosas; una buena y otra mala. La mala es que de momento me he cansado de escribir más relatos, pero si ha sido así es por culpa de la buena. La buena es que hace más o menos una semana comencé a escribir un libro del que, de momento solo puedo daros un par de referencias. Es novela negra mezclada con “Dark;” es decir, satanismo. Y no pienso decir más. De momento llevo unos diez folios y me está costando bastante; la novela es el rey de la Narrativa, es lo más difícil y si he decidido enfangarme en un camino tan difícil ha sido porque ahora, por fin, me encontraba preparado, para escribir algo de cierto nivel (espero).
Por otra parte hoy me traslado al sur una semana o diez días. Allí seguiré escribiendo en una chalet junto al mar donde espero estar más inspirado y con los sentimientos más acordes a la novela.
Así que no os preocupéis, cuando vuelva quiero intercalar algún relato o tal vez un capítulo de la novela. Daré señales de vida y por supuesto leeré vuestros blogs, necesitaré hacerlo para ver en qué estáis metidos también.
Os adora y necesita con todo el respeto del mundo.

Josef.

José Fernández del Vallado. Josef. 14 octubre 2009.






lunes, octubre 05, 2009

Cosas que no deben hacerse a la ligera.




Me convencieron el día anterior. La ascensión estaba tirada, me aseguró un hombre con labia y cara de saberlo todo. Le creí. Pagué por adelantado.

Me despedí de M con un “hasta luego” y a las siete de la mañana estaba ante un grupo de rostros nerviosos y desconcertados.
Nos dieron a todos lo mismo: Un forro polar, guantes, unas gruesas botas, pantalones impermeables, piolet, crampones. Llevaba también unas gafas, un gorro y una mochila con dos sándwiches, chocolate, un par de plátanos y dos naranjas. Preguntaron si alguno estaba afectado del corazón, hubo un problema con alguien, tardó en resolverse un par de horas de inútil espera. Al final excluyeron al hombre que, empeñado en subir y también en morir de un paro cardiaco, no cesaba de quejarse y protestar.

Nos pusimos en camino y me di cuenta enseguida; me molestaba todo. Hacía un día soleado pero traicionero; un viento cálido y racheado barría las alturas y se transformaba en glacial. Las botas pesaban un quintal, los guantes eran demasiado calientes, los crampones dolían en la espalda y la mochila era incómoda.
Comencé a subir y comprobé que caminando entre lava descompuesta no me desenvolvía tan mal; es más, en una hora mi cuerpo había entrado en calor y me sentía más animado. Nos deteníamos a veces y comprobábamos como un mar de nubes comenzaba a formarse a nuestros pies.

Tras marchar durante un tiempo indeterminado empecé a darme cuenta; la cosa no iba a ser tan sencilla. De vez en cuando nos cruzábamos con gente a la que bajaban resollando, con el rostro desencajado, la mirada perdida y el tobillo torcido o una pierna rota.
Me dije a mí mismo que a mí eso no me iba a suceder.
Al cabo de cuatro horas alcanzamos una impresionante pared de hielo y nos detuvimos a almorzar. Tras lo cual sacamos los crampones y con ayuda del guía nos los fijamos supuestamente bien a las botas. Para tranquilizarnos nos dijo: “A veces se marcha mejor con crampones y otras peor.”

¡Y un carajo! Cuando comenzamos a ascender por la pared de hielo la cosa cambió. Las piernas se convirtieron en losas que, a cada movimiento de avance, se clavaban y había que extraer con dificultad. Me di cuenta enseguida. Gastaba las energías que antes había conservado.
Las bajas comenzaron a sucederse. Primero un abandono, luego dos más, y hasta cuatro. Seguíamos ascendiendo y a medida que el frío se intensificaba el guía parecía hallarse más inquieto. De pronto estuvimos envueltos en un paisaje blanco en el que vislumbrar a los compañeros era una hazaña, y comenzó lo peor. El guía se puso nervioso. Quería hacer cima cuanto antes y empezó a caminar a un ritmo excesivo. Yo me situé detrás y lo seguí como pude. Mi corazón se convirtió en una máquina express, mis piernas eran troncos de madera podrida y el dolor muscular, el dolor muscular ¡Ohhh! Mentalmente podía seguir, mi mente me decía adelante, pero físicamente estaba roto.

El guía se detuvo miró en derredor y comentó: “Esto está feo.” Entonces preguntó: “¿Continuamos?”
Ni siquiera pude contestar a su pregunta, lo cierto es que no era capaz ni de hablar. Mis dientes castañeteaban, estábamos envueltos en medio de la tormenta. Los otros cuatro que quedaban, asintieron. Y él dijo “adelante.” Arrancaron y yo no pude moverme un centímetro. Se empezaron a difuminar en la blancura de la nieve, grité cualquier cosa. Me respondió una voz sepulcral tras un velo de bruma. “Quédate ahí. Un compañero mío va para allá, te bajas con él.”
Así me encontré solo en medio de una tormenta de nieve a unos dos mil ochocientos metros de altura. Lo más curioso es que no sentí miedo, creo que tampoco tuve fuerzas para pensar en las posibles consecuencias de mi situación. En cambio, recuerdo, me sentí extrañado de encontrarme en un lugar tan parecido al ártico. Era algo fascinante y tan peligroso. Logré caminar unos seis pasos a mi derecha y sentí dolor por todo mi esqueleto.

Surgiendo de entre las sombras, como un ángel sombrío, apareció un ser humano y me habló.
“Quítate los crampones y me sigues.”
Ni siquiera le respondí, lo miré confuso y alucinado.
Cuando me saqué los crampones descubrí que con aquellos guantes de esquimal me resultaba imposible abrir la mochila y meterlos. Me los quité, abrí la mochila y de repente me di cuenta. Llevar a cabo una operación aparentemente sencilla me estaba costando muchísimo. Sentí un dolor insoportable en mis dedos y supe lo que estaba pasando: Se congelaban. Logré meter los crampones a la primera cerré la cuerda con dificultad y cuando me puse los guantes no sentí las manos. Comencé a golpearlas contra las piernas y en unos segundos noté dolor, luego picor y en instantes se restableció la circulación.

Comenzamos a descender por un canal, como si fuéramos pingüinos o críos resbalando por un tobogán... ¡de hielo!
Cuando por fin alcancé la zona de tierra tenía calambres por todo el cuerpo y creí que no podría seguir. Pero poco a poco proseguí el descenso, atravesé las nubes, y me sentí renacer, lo había conseguido. La broma casi me había costado el pellejo.

Pero por fortuna estoy vivo y hoy, después de algunos años, os lo pude contar. Esta aventura sucedió en realidad.

Un abrazo.

José Fernández del Vallado. Josef. Octubre 2009.


sábado, octubre 03, 2009

Segundo Round.




Perdimos de nuevo. El chauvinismo y las ínfulas de superioridad del madrileño medio se estrellaron, y con ésta van dos, contra la realidad planetaria: Madrid no es el centro del universo. Tan solo una ciudad de segunda línea y del orbe. Ni siquiera se encuentra en la lista de las principales ciudades de nuestro planeta. “Las ciudades con las que ha caído Madrid (Londres y París en Singapur, Río en Copenhague) están en primera línea del concierto mundial.” Esto no sólo lo afirmo yo, lo dicen medios de prestigio, aquellos que saben contrastar la realidad con las apariencias, y quienes viajan por el mundo.
Hay una serie de ciudades, en Europa: Londres, París, Berlín, Roma, Barcelona, Estambul, Atenas y Moscú. En Asia: Tokyo, Singapur, Pekin, Bangkok, Hong Kong, Nueva Delhi. En África: El Cairo, Johannesburgo. En Norteamérica: Toronto, Los Ángeles, New York y Ciudad de México. En Sudamérica: Río De Janeiro y Buenos Aires. En Oceanía: Sydney (quizá me haya dejado alguna pero hay pocas más) que tienen ese estatus.
Seguir intentándolo está en nuestra mano; se puede lograr. Pero hay que tener humildad y reconocer que ascender ese peldaño no depende solo de nosotros, sino del prestigio y reconocimiento que obtengamos en el mundo.
Hasta la siguiente oportunidad.
¡Un abrazo!

José Fernández del Vallado. Josef. 2009.


jueves, octubre 01, 2009

Valparaíso: Valpo.


Valparaíso es una ciudad muy antigua; con sabor a añejo. En la zona denominada El Plan se encuentra una calle que por las noches se transforma en un canal lóbrego e intransitable de una sola dirección. Si me preguntaran cien veces su nombre no acertaría a pronunciarlo; sencillamente no lo sé, pues nunca lo evoco y siempre lo olvidaré; excepto cuando regreso a la fascinante ciudad. Es una calle con magia; la magia de la historia, las batallas y el paso del tiempo, pero sobre todo el hechizo de la sabiduría y la vejez.

Estuve allí con la brujita que amé. Ella me la descubrió, perdiéndonos en su arquitectura interna caminamos por sus aceras calientes, revestidas de lava, bordeadas por abismos insondables, asediados por ratas grandes como gatos, gatos grandes como tigres, perros sabios y una comunidad compuesta por personajes reciclables descendientes de diversas etnias y nacionalidades, que suben y bajan como termómetros alterados de El Plan a los Cerros en unos elevadores que son sarcófagos de lujo.

Si buscas la calle de la magia no la encontrarás, pues de día se transforma en cualquiera, en cambio, de noche no sé ve. Se adivinan las formas y perfiles de las sombras, el aroma o el tufillo es importante para diferenciar la maldad y la ignorancia de la sabiduría. De vez en cuando, cuando no hallas el sabor de un beso perdido, un zarpazo de aire abrasa tu piel.
Sin embargo, lo más asombroso te sucederá si te aventuras a pasar una noche en una de sus pensiones. No son tal sino laberintos de mil pasillos y cien mil estancias sin iluminación, donde toda la luz la irradia una única bombilla; la de tu corazón. Ves porque eres sincero y porque amas, aunque ella, sea una brujita.
Dicen que si logras pasar una noche habrás conseguido el billete para volver no sólo a ver la ciudad, sino a renacer otra vez. Nadie sabe dónde ni con quien. Pero eso, naturalmente, no es lo más importante. ¿Verdad...?

José Fernández del Vallado. Octubre. Josef. 2009.


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